UN MILAGRO EN EL VALLE

Están todavía a mi alrededor, todos verdes, todos iguales. Están todavía aquí, listos para repetir que soy diferente, que soy un monstruo. Nunca se cansan de subrayar mi defecto. Empezaron otra vez a murmurar tan pronto como el sol iluminó el valle. Hasta el árbol globular se ríe cuando me mira. Nadie me quiere. Dicen que no debería estar entre ellos, pero no me iré porque nací aquí. Esta es mi tierra; me gusta la tierra, sobre todo cuando está húmeda de rocío como esta mañana.

No, no me iré. A veces me inclino si un insecto salta sobre de mí, pero en seguida vuelvo a admirar el cielo y las carreras de las nubes. Incluso si quisiera irme, no podría hacerlo. A veces el viento intenta alejarme, sopla fuerte sobre mí, pero luego se rinde. Las raíces me mantienen pegado a mi tierra; las siento debajo de mí, sin ellas volaría como las mariposas que a veces vienen a visitarme. Quién sabe dónde terminaría mi vuelo, quizás lejos de estas caras ovoides que me rodean o tal vez entre otras como ellas, ya que son a millares todas iguales y llenan el valle.

Me reflejo en las gotas que tiemblan en las hojas de los demás y que se deslizan en el tallo que mis vecinos se ven obligados a compartir conmigo. Me reflejo, y mi anomalía aparece ante mí. Los otros son verdes como yo, pero yo soy el diferente. Tenemos todos los bordes dentados, pero yo soy el diferente. Formamos una sola alfombra, pero yo soy el diferente. El mismo sol nos calienta, respiramos el mismo aire, nos alimentamos del mismo prado, pero el diferente soy siempre yo.

La lluvia también es igual para todos, tanto cuando es suave como cuando es violenta. Las gotas frescas se mezclan con mis lágrimas, esconden mi llanto.

Somos primos, quizás hermanos, somos parecidos, aún así se burlan de mí. Eres horrible, repugnante, asqueroso: las voces a mi alrededor desgarran mi corazón.

Un sonido bloquea el murmullo. No son los tintineos habituales que resuenan en el aire, es un sonido nuevo. Lástima, me gustan las vacas a pesar de que los otros dicen que nos devorarían a todos si llegaran hasta aquí. Es una lástima.

Dos cachorros de hombre descienden la pendiente, no se ven a menudo en estas partes. El niño bajo viste de azul, la niña de rosa y tiene hilos dorados en la cabeza. Corren y saltan hacia el río, se acercan. Llegan al fondo del valle, disminuyen la velocidad.

«Tiene tres, tiene tres, tiene tres» dice el niño.

«Sigue buscando» dice la niña.

El niño avanza despacio, con los ojos bajos. «Pero todos tienen tres.»

«La abuela dijo que cada diez mil nace uno.» La niña también mira entre las caras verdes todas iguales. «Tenemos que encontrarlo.»

Los otros quisieran huir, están aterrorizados, temen ser aplastados. Mejor así, al menos dejan de atormentarme por un tiempo.

El niño se detiene a un paso de mí, abre mucho los ojos, abre bien grande la boca. «Aquí está!» Se inclina y junta dos dedos alrededor de mi tallo.

La niña salta como un saltamontes y se une a nosotros. «Qué maravilla!»

Mi nudo emite un chasquido; pierdo contacto con el estolón, me separo del tallo, me levanto sobre de todos. Los dedos del niño me acercan al cielo.

«Es hermoso» dice el niño, y acaricia mis hojas.

Un momento, soy hermoso? Está hablando de mí?

«Es perfecto» dice la niña.

Perfecto? Soy perfecto? Espera un segundo, pero qué pasa?

La niña estira los labios y me besa. «Este trébol de cuatro hojas es el rey del valle.»

Una baja ráfaga de viento obliga a todos los tréboles a inclinarse.

Oyeron, caras verdes? Entendieron bien? Soy hermoso, soy perfecto, soy el rey de este valle. Así que se burlaron de mí hasta ahora, tenían envidia de mí, ahora entiendo todo. Me pusieron triste, me hicieron sufrir. Pero los quiero, porque somos primos, quizás hermanos.

Los niños empiezan a caminar, me admiran con ojos brillantes.

«Llevémoslo en seguida a la abuela» dice la niña.

«Estará mejor cuando lo vea?» pregunta el niño.

«Por supuesto!»

«Y sanará?»

«Claro!»

Los niños suben la cuesta.

Me alejo de la tierra donde nací. Vuelo sobre alfombras de tréboles que se mecen lentamente, en silencio.

El mundo es más grande de lo que pensaba: hay inmensos campos, pastos, arbustos y árboles que no se ríen de mí.

Nos detenemos en la cima de la colina. El valle del otro lado es un valle de hormigón.

«Cómo cura el trébol de cuatro hojas a las personas?» pregunta el niño.

«El trébol de cuatro hojas es un milagro» contesta la niña.

El niño me mira fijamente. «Un milagro» susurra, y dirige su mirada al cielo.

La niña esprinta como una liebre y huye por un camino polvoriento. «El último que llegue es un caracol!»

El niño se pone en marcha. «No es justo, te fuiste antes!»

Balanceo en el puño cerrado. El mundo tiembla. Mi tierra desaparece; extrañaré el rugido del río, extrañaré el zumbido de las abejas y el canto de los pájaros. Quien sabe si los tréboles me extrañarán.

Los dedos aprietan el tallo. La savia ya no fluye y pierdo mi fuerza.

«Abuela» grita el niño. «Encontramos el trébol de cuatro hojas!»

Una mujer con hilos blancos en la cabeza está sentada a la sombra de una terraza, envuelta en una manta de flores de varios colores. Tose, entrecierra los ojos y sonríe en los labios secos.

Una gota se desliza de mis hojas. Quizás una lagrima. Quizás solo rocío.

🍀

Notas: Este cuento de Fernando Camilleri fue publicado en Italia en 2019 por la editorial Apollo Edizioni.

Traducción realizada por Fernando Camilleri.